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miércoles, 25 de abril de 2012

Sal y luz.

El olor a salitre me saturaba.
No aguantaba más en ese barco.
Mi único consuelo era la noche, cuando soñaba con su compañía.
El balanceo era suave, la brisa hacía que mis rizos de tonos cobres danzaran mientras le mecían.


No sabía cuánto tiempo llevaba allí, desconocía la razón por la que me encontraba en medio de ese profundo mar.
No era capaz de mirar al fondo, la eternidad de su oscuridad me hacía temblar. La batalla fue dura y todo quedó sumido en esa negrura infinita, como si notara sus miradas teñidas de rabia de aquellos que sucumbieron bajo mi hoja envenenada de furia.
Puedo jurar que esa furia se fue con mi aliento al terminar, que ese cargo de conciencia me atormentaba más que el dolos que me había hecho el frío acero.


Ya se acuesta el sol. Me despide del día, un duro día, una dura lucha por volver.
Y otra vez llega la noche y su silencio. Llega recordándome su recuerdo, asustándome con su miedo, preocupándome por ser su razón de un no vivir.


Todos allí dependían de mí. Yo era su norte, su guía. Sin mí estaban perdidos, y odiaba recaer en esa responsabilidad.
No he perdido a nadie que me sirva de apoyo ni consejo, pero el dolor de algunos de ellos hace que el trato se dificulte, que discrepen mis peticiones, que discutamos, pero si he llegado hasta aquí es por mi paciencia, no tengo muchas más virtudes que esa y la frialdad, del resto de virtudes me olvidé... seguramente ya no existan.


Ya se ha ido, el manto de estrellas me refugia, la serenidad de la luna me contagia, imagino que me sonríe y se la devuelvo, como cuando era una niña. Ahora todos duermen... Por fin el silencio para poner en orden mis ideas, detesto tomar tantas decisiones en tan poco tiempo, me desgasta, las sienes me arden, me encaminé a mi discreto camarote.
Pero ese momento también me daba pánico.
Mi cama, grande y fría. Me falta su piel conmigo, que ocupe este gran  hueco, que también está en mi pecho, que mientras lucho me duele más, como si algo se estuviera retorciendo ahí dentro, como si su miedo lo cargara yo.


No sé cuántos días más aguanté ese pellizco, cuantos días más pasé en ese barco y ese pestilente aposento, pero al ver por fin tierra firme bajo esa ardiente luz...
Cogí mis cosas, saludé a mi tripulación y les di las gracias deseándoles un merecido descanso, esperando no perder su simpatía, el apoyo que habían sido durante tanto tiempo, pero en cuanto puse un pie fuera del barco... su presencia me envolvió.




Ahora hay promesas. Pero de las que se pueden cumplir, detrás se escucharon sus dientes chocar mientras sonreía.

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