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sábado, 29 de diciembre de 2012

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Qué horror cuando se junta el hambre con las ganas de comer.
Se llama la Ley de un tal Murphy, aquella que da por saco en cuanto puede, aquella que hace que desees echarte a dormir y esperar a que cuando amanezca sea otro día, y distinto, y mejor.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Lo que me parezca.

- No creo que estés en tus cabales... Fue algo tan premeditado y tan astuto que no puedes ser alguien normal.

La sala era oscura, húmeda, y en el aire se masticaba la tensión.

- ¿Quién dice que yo sólo me dejé llevar por lo que sentía? Es la típica excusa de crimen pasional, ¿no? O de una loca celosa que se movía por el odio y decidió acabar con todo.
- No te servirá de nada. La maldad es una enfermedad que nadie sabe curar, pero lo tuyo es enfermizo, Sora, la carcajada después de ver a Víctor volar en pedazos hizo que todo el mundo se volviera hacia a ti. Lo jodido es que tienes es maldita apariencia de no haber roto un plato en tu vida, "¡vaya! una demente que se ríe al ver algo explotar." Y así es como te excusaste ante el mundo.
- Querido amigo, lo hice tan bien que hasta el psicólogo que tendrás que visitar después de esto dudará de si soy o no una demente... siempre que me parezca conveniente salir de aquí, recuerda quién soy.

Silencio. Los ojos claros y cansados de ambos se miraban intensamente mientras el silencio era el señor de todo. Los nudillos del chico eran cada vez más blancos por la furia.
- Él te amaba. ¿Qué harías conmigo entonces,  que te mataría con mis propias manos?

Esa sonrisa, dulce y con luz propia, apareció con delicadeza en la cara de Sora.
- Lo mismo que hice con él: lo que me parezca.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Hasta ellos te traicionan.

No puedes creer ni en tu propia mente, te juega malas pasadas recreándose en tus deseos, esos que despierto no quieres nombrar, porque las manos sudan y el latido se acelera.
Sentirme tranquila, casi no siendo consciente de que lo que estás viviendo no es real, sentir que cada uno de mis músculos está tejido con felicidad, y todo gracias a quien me coge la mano en esa tarde típica de otoño, en un lugar desconocido pero con el atractivo de ser mi hogar. Y el suyo. Porque quien me coge de la mano por fin tiene su propio rostro, su propio olor, no es esa figura que me acompaña sin identidad alguna, esa mancha con calor que me seguía  a todas partes y esa estúpida sensación de que ese algo no era nada.
Tenía nombres y apellidos, ¿alegría? ¿terror? Un saco enorme que pesaba toneladas caía de pronto sobre mi cabeza, ¿de qué puñetas hay que vaciar ese saco ahora? ¿A cuál de las voces hay que asesinar a sangre fría, a la que dice que me deje llevar o a la que me dice que no me vuelva a ilusionar con algo de lo que no estoy segura, de algo que tiene que ver con ese puto futuro que nadie conoce?
Debo reconocer que ese jodido futuro es el amigo que me lleva al morbo por conocerle pero que está siempre tan escondido en su juego de secretos que nunca quiero tener cuentas con él nada más que para quedadas que no tienen nada que ver con lo fortuito.

Cuando consigo quitarme esa felicidad por lo que no es real con el despertador, lo primero que se me pasa por la cabeza es un odio inconcebible, ¿qué ha hecho conmigo? Se me vuelven a tambalear mis esquemas de no desear nada que esté más lejano de lo que pueda controlar.
Quién eres tú para hacer que se disparen los sentidos en un jodido sueño.