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jueves, 21 de febrero de 2013

Por lo que..

Por lo que perdimos.
Por lo que nunca tuvimos.
Por aquello que fuimos.
Por lo que disfrutamos.
Por lo que reímos.
Por lo que añoramos.
Por lo que sentimos.
Por lo que dimos.
Por lo que no recibimos.
Por lo que adoramos.
Por lo que nos rendimos.
Por lo que nos levantamos.
Por lo que vimos.
Por lo que lloramos.
Por todo esto.. es por lo que vivimos.

La niñez se escapa como el aliento cuando nos cansamos. Como el reflejo de encogernos cuando tenemos miedo. Como la sonrisa cuando vemos a ese ángel   que está a nuestro lado, el que se puede tocar. 
La niñez es un tesoro por el que merece la pensa seguir sacando monedas, siempre en la justa medida, siempre en el momento oportuno, y como te descuides y te dejes llevar, desaparece. Un tesoro.. se define así porque es algo que queremos conservar... ¿no?

La niñez es aquello que nos define. No seamos estúpidos y hagamos de todos esos pasados un gran gerundio.




Suerte.

jueves, 7 de febrero de 2013

Algo que escribir.

Ven y da un paseo conmigo.

Respira y suelta el aire lentamente, saboreando tu propio aliento y elévanos un par de metros sobre este mar de almas soberbias.
Caminemos sobre sus cabezas, siendo quienes revuelvan sus conciencias a patadas. Escupamos sus capas de valor tejido con sus miedos, y caminemos.

Mira allí, ¿ves esa mancha gris? El pensamiento de esa pobre mujer, cada día que observo su triste estela... se va haciendo cada vez más negra.
Siempre encapuchada, cree no tener dignidad ni para tener una capa propia aunque sea de miedo puro, cree no tener nada más que lo puesto. 

Cada día trato de hacer que levante esa cabeza, que sonría, que sea capaz de reconocer que aunque no tenga nada sigue siendo persona, y toda persona tiene derecho a sonreír, ¿no crees?

Por mucho que le grite, es absurdo. Aparta mi voz como si fuera un molesto insecto y me quedo quieta mirando esa tela gris que cubre el cabello.
Todo el mundo pasa y no se atreve a mirar, es invisible, las máscaras de seguridad del mundo que gira en torno a ella caminan solemnes frente a su realidad, frente sus narices, pavoneándose de felicidad y excesos, mientras ella no puede presumir más que de un cartón en el suelo y de las sobras del supermercado.

- ¡Mira! Parece que ha girado la cabeza... No puede ser.

- Desde luego, llevo años intentando que me escuches. ¿No me recuerdas?

- ¿Dónde estamos? ¿Por qué estoy ahí? 

- Te he llevado al fondo de tu mente, donde ni tú misma te puedes engañar. Te has quedado dormida, el frío te está apagando poco a poco. Te has hundido tanto en tu propia realidad que sólo piensas en que acabe todo. Tienes que despertar.

-¿De qué sirve? ¿Para ver más gente echarme monedas sin mirarme a la cara? ¿Para no pensar en otra cosa que no sea que termine mi tiempo ya? Me siento anciana, estúpida e igual que la basura que recojo cada noche, si no peor.

- Tienes una vida por delante. Una vida es algo tan relativo como tú desees que sea. Puedes terminar con ella dejando que se consuma y se deshaga como ese cartón en el que duermes bajo la lluvia o buscar una nueva que incluya un futuro. Piénsatelo, si deseas acabar.. volveré a por ti.




El aire volvió a llenar su pecho abrasando sus pulmones con esa ráfaga de vida.
No podía mover los dedos, estaban casi congelados. 
Pero hizo por levantarse, se quitó la capucha para recibir un poco de sol en la cara, y mientras calentaba sus mejillas con la luz que se colaba entre las nubes, la gente se dio cuenta de su presencia, de la vida que estaba irradiando en esos instantes sin que ella se diera cuenta. 
Una niña cruzó el paso de peatones, corriendo y con gracia. Llevaba unas cuantas monedas que su madre le había dado mientras la vigilaba desde la otra acera. En la otra mano, una carta.
- Jopé, qué ojos más bonitos.. ¿qué haces aquí sola? ¿Y tu mamá?

Las lágrimas casi ahogan a esa niña que parecía una mujer.
- No.. no lo sé, hace mucho que no les veo.
- Bueno... seguro que te están buscando. Mi mamá me ha traído para darte una carta. Lo que pasa es que.. es que no se tu nombre.

Ya casi no se acordaba. Tenía un nombre. Se le haría extraño volver a oírlo.
- Alana, me llamo Alana.
- ¡Aaaalaaah! Que nombre más raaaaro.. -dijo la pequeña rubia arrugando la nariz. Sacó un lápiz del bolsillo y le preguntó- Mmmmmm, ¿te importa agacharte? No quiero que se moje.
- ¡Ah! No, claro que no.
Una tormenta de dudas se formaba en su cabeza. Tenía un nombre. Hacía un momentos estaba a punto de quedarse congelada sin que nadie reparara en que un alma se desvanecía con el vaho del último aliento.

-¡Ya! No lo leas hasta que no me vaya, ¿vale? Y toma, come algo, en esa tienda de allí te han guardado mi pastel favorito, pero... -le hizo un gesto con la mano para que se agachara y le dijo al oído-. Te gusta la nata, ¿no? A todo el mundo le gusta.
Nada más que de recordar el sabor el estómago le dio un brinco.
- Claro, me encanta la nata.
-¡Uff! Menos mal, mamá tenía razón...-le dio un fuerte beso en la mejilla y salió corriendo, gritaba mientras abrazaba a su madre- ¡Ya puedes leerlo!
- ¡No me has dicho tu nombre! -intentó gritar con la poca fuerza que tenía. Pero ya se había perdido entre la multitud.
Abrió la mano y empezó a leer la carta. No debía de tener más de seis años esa pequeña princesa por la letra con la que había escrito su nombre en el sobre. El interior era letra de adulto. La carta decía así.

"Vivimos justo en el portal donde te echas a dormir en los días de lluvia. Más de una vez he sido quien te ha dejado comida a tu lado con miedo a que no volvieras, las veces que me he asustado creyendo que no respirabas.
Mi hija lleva insistiendo en que la habitación que tenemos en casa para la ropa deberíamos utilizarla para algo bueno, y he decidido devolverle al mundo el favor que me hicieron a mí.
Sé lo que escondes, hace unos seis años me encontraba exactamente igual que tú, la solidaridad de una anciana sin familia me dio una oportunidad.
Al final de este papel pone mi dirección completa, cuando quieras, Sofía y yo te esperaremos encantadas. 

Un beso muy fuerte. Ánimo."


Notó una pequeña patadita, la primera, y se dio cuenta de que no iba a buscar una nueva vida. Era la propia vida quien les había encontrado.