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domingo, 22 de abril de 2012

Un lastre en forma de vestido.

Esta vez el proceso ha sido el contrario: a una historia, una imagen.


Hoy quiero escribir un cuento.
Quiero contar lo que siento con aquello que mejor me lo parezca.

Voy a comenzar con una niña.
Yo, que estoy en transición, en medio del camino de la madurez, a un tercio de crecer como persona, al comienzo de mi vida, nada mejor que pensar en una niña.

Pequeña con ideas revueltas en su cabeza.
Le gusta jugar a ser ella, porque cuando lo hace se siente bien. Es su pequeño secreto, algún día lo hará un regalo para alguien especial.
No quiere  crecer. En su mundo de fantasía y en su inocencia se encuentra bien, se siente completamente llena, su pequeño corazón no quiere crecer más.

Pero el tiempo siempre gana el juego. A la nena no le gustaba jugar con él. Un torbellino de posibilidades, tan grandes como su temor y deliciosas como un rico caramelo se le pegaban a las faldas de su vestido, pegadas a los talones.

No sabía cómo elegir, porque todo le parecía tan grande y tan atractivo que no sabía por dónde empezar, pero, cuando el vestido le pesaba demasiado, ¿por qué no? El pudor no existía para ella. Se iba con sus amigos los árboles y se quitaba su enorme lastre en forma de vestido.
Allí, desnuda, sin oportunidades que elegir, sin temores que cargar, simplemente ella y sus amigos silenciosos.
Allí extendía su largo cabello sobre la hierba, se acariciaba el pelo mientras que el sol le daba calor, los árboles le daban cobijo mientras que le regalaban su silencio.
Por allí, su cuerpecito cambiante bailaba sin parar, se enredaba los deditos de los pies con las flores del lugar, les contaba a sus amigos que ella nunca crecería, pero se veía obligada a llevar ese estúpido trapo, como si algo le atrajera...

Un día, mientras descansaba apoyada en la suave corteza que su amigo el árbol le dejaban despertó con la sensación incómoda de que alguien le observaba.
¡¿Qué había pasado?! Una suave tela le tapaba, hacía la silueta sigilosa de unas extrañas y definidas curvas, ¿quién le había hecho esa broma de mal gusto? ¿Cuánto tiempo había estado dormida?

Cuando se percató de que no estaba sola le entró el pánico. 
¿Quién había entrado en su mundo? No recordaba haberle dado permiso a nadie, pero había tenido un sueño muy raro...

¿El árbol estaba respirando?
No, exactamente. El aire con un toque fuera de lo normal llegó a su nariz, le envolvió, parecía que le acariciaba como la tela con la que estaba tapada.
Volvió la cabeza y vio al chico con el que había hablado en el sueño.
Sin venir a cuento, la calma se apoderó de ella, echando a ese pánico despreciable, como si se la hubieran inyectado en vena, como usando sentía que sus amigos silenciosos estaban con ella.
-  ¿Quién eres tú? ¿Quién te ha dado permiso para entrar en mi cabeza?
-  Fuiste tú. Yo soy... Bueno, tú sabrás quién soy si me dejaste entrar.
Lo lógico es que la muchacha (porque ya no se sentía una niña) estuviera confusa. Pero no. Si sus sueños, que eran su voluntad, habían decidido eso... no podía existir eso, no había confusión.
-  ¿Por qué has venido?
-  Llegué y te vi. Me llamó la atención que estuvieras aquí sola. Te vi con esa tela encima, bueno, antes de despertar era un vestido y tú no eras... -su cara delató a su asombro-, bueno, no sé cuánto tiempo llevo aquí, pero creo que ese vestido ha hecho de ti... una mujer.
¿Qué? ¿Una mujer? Quizá antes estuviese equivocada, el tiempo igual le había derrotado...
-  ¿Te quedarás conmigo? -no quería sentirse sola más, los árboles no eran más que eso, igual que el sol, igual que las flores, igual que ese trozo suave del árbol, que era producto de obsesión de no encontrarse ningún obstáculo para ganar al tiempo.
-  Cuando y cuanto quieras.







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