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lunes, 2 de abril de 2012
Historias viejas.
Caminando iba la princesa por el sendero, sendero del gran bosque que rodeaba su castillo.
Elizabeth se sentía bien, respirando un aire que olía a seguridad, el olor de la tranquilidad. El bosque era tupido, aún así, era su lugar favorita desde su niñez. Por mucho que se adentrase, sabía perfectamente dónde acudir para volver a encontrar el sendero.
Iba pensando en su futuro, un bello príncipe que llegaría en breve, la sonrisa de la reina al decir el sí quiero, un hermoso niño al que cuidar y amar en un próximo reinado
El corazón se le hinchaba de orgullo al pensar que todo eso sería suyo en breve. Un pequeño reino donde vivir y crecer. Y todo por ser una simple princesa
Desde siempre se le dijo que todo eso sería suyo.
Desde siempre le aseguraron que tenía las aptitudes perfectas para ser una gran reina.
Desde siempre se le dijo que su reinado sería tan deslumbrante como el sol que ahora contemplaba tras las hojas de los árboles.
Desde siempre se le había valorado como la princesa que siempre estaba atenta a las necesidades de su gente.
Desde siempre
¿Qué debería hacer entonces?
Ella quería buscar el mejor futuro para su reino.
Quería traer un heredero sabio que hiciese la misma labor de prosperidad que hasta ahora se había llevado.
¿Y si sólo habían sido meras conjeturas? Las conjeturas no siempre se cumplen.
El miedo le empezaba a carcomer la conciencia, a lo mejor no bastaba con esa atención.
A lo mejor faltaba algo más para prepararse para la perfección.
Ahora tenía que pensar si con lo que hacía por ahora era suficiente.
Un escalofrío le recorrió de pronto de pies a cabeza.
Un par de gotitas le mojaron la nariz.
¡Oh, lluvia! En ese lugar perdido entre ese gran bosque las tormentas eran terribles.
El resplandeciente sol que antes veía cada vez se iba atenuando más.
Sin quererlo, por planificar sus fantasías, se le estaba echando la noche encima.
Unos cercanos relámpagos sonaron.
En cuestión de un instante Perdida se encontró.
Ahora el bosque se cernía oscuro sobre ella.
Pobre Elizabeth.
Donde más segura se encontraba, ahora se había convertido en un momento en un lugar temible y peligroso. Allí era donde se resguardaba de todo. Era donde acudía cuando se sentía sola, ya que el susurro del viento le hacía sentir bien.
Ahora el viento también estaba con ella, o quizás contra ella.
Ahora el viento, sin quererlo reconocer, era quien hacía peligrar a la pobre princesa.
El castillo, el gran castillo de su reino, se encontraba tan cerca y a la vez tan lejos La desesperación se unía al miedo.
Su hogar, su gente, ¿dónde estarían ahora?
Por mucho que gritara, que pidiese ayuda, a causa del maldito viento le era imposible ser oída.
¿Desde cuándo ocurría esto?
Siempre que gritaba, su guardia venía en su ayuda. A veces venía por la simpleza de ver si se encontraba a salvo.
Esta vez, la princesa se encontraba sola.
Al final, derrotada por la noche entera caminando bajo la lluvia, un pequeño rayo del alba despertó a la pequeña Elizabeth.
Sus ropas estaban demacradas, sus largos cabellos mugrientos por el barro, sus manos llenas de heridas por intentar que el viento no se la llevase. Cansada
¿Qué haría ahora, sin apoyo alguno, en un lugar desconocido del bosque, lejos de su castillo?
Sueños por el sendero arrastrados por la lluvia
No había terminado todo, debía quedar algo
Luz, mucha luz.
Estaba todo devastado, pero su memoria le ayudaría.
Corría y corría, como nunca en su vida había llegado a hacer.
De nuevo la alegría la llenaba, otra vez veía la luz y ¡El sendero!
Seguía y seguía, el cansancio no aparecía de la adrenalina que estaba gastando en ese momento.
Y, por fin, vio asomar uno de los grandes torreones de su castillo.
Cuando la pequeña Elizabeth creía haberlo perdido todo, la esperanza apareció en forma de brillantes rayos de luz.
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