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lunes, 2 de abril de 2012

Ya, nada.


Decía que antes todo era muy sencillo.
Hacía las cosas porque le apetecía, pero llegó ella y todo cambió, tal fue el peso de ese ser que nunca volvió a pensar en sí mismo.


Su vida era un tributo a su cabello, la duda no tenía sitio en su burbuja, pasó todo tan rápido que podrían jurar que era para siempre. Pero no cayeron en el detalle de las promesas. 
Hay dos reglas claras: nunca digas nunca y jamás te prometas nada a ti mismo que puedan derrumbarte si algo ocurre. Y él cometió esos dos fallos. 


Falló en ver solo ese ombligo entre curvas dibujadas de forma perfecta, igual que las ondas de su pelo con el color del deseo, falló en no creer que nada echaría abajo esos planes, hacer millones de pedazos esas burbuja.


Chico idiota.
Ahora llévate la mano a la boca y no hables más de promesas que no puedes controlar. 
Y, sobretodo, nunca rompas promesas que te hayas hecho a ti mismo.


Simplemente... Vive por tributo a tu vida.

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