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lunes, 7 de mayo de 2012

Una bestia de ojos melados.





Una vez soñé con una enorme criatura, parecía la más fiera de las bestias, pero había algo que me decía que podía confiar en que estaría segura.
No llegué a determinar el color de sus ojos hasta tenerla bien cerca, me aproximé con cautela, a diez pasos de distancia era capaz de escuchar el latido de su corazón.
Temerosa aún, admiré esos espejos que tenía a modo de escamas, recorrí su esbelto cuello con la mirada y planeé cómo reaccionar a la mínima señal de peligro. 
Sus ojos parecían también asustados, y algo me picó en la conciencia, como si estuvieran acariciando mis pensamientos, y me contó que llevaba tiempo buscando a alguien que no le amenazara con violencia, que mantuviese la calma y que compartiera un poco de compañía.
Es curioso como sentí que esa enorme criatura se pudiera sentir sola, y cuánto tiempo había estado buscando a alguien como yo.
Yo, el último eslabón de mí misma, alguien tan pequeño y exenta de experiencia, alguien que nunca sueña, pero en esta ocasión era consciente de mi propio sueño, y seguí conversando con la enorme bestia.
Bajo ese aspecto feroz, de grandeza, como si esas espinas hiciesen una barrera impenetrable, se escondía un cálido apoyo para los viajes largos y ajetreados. En ese momento, efecto de mi yo consciente, me sentía cansada, y lo que necesitaba en ese momento era alguien distinto con quien compartir mis pensamientos, el aliento con el que rozaba mi conciencia era suave, todo mi ser estaba tenso, pero esos ojos melados hacían que se relajaran, tanto en el sueño como en mi yo real.
Era curioso, evidentemente, algo así de maravilloso (aunque fuese un sueño) me llamó la atención, ¿pero cómo era posible que a esa genialidad de mi imaginación se le hubiese ocurrido posar su atención sobre mi efímera presencia? 


Ambos estábamos cansados. 
Siempre había soñado con dormir bajo las alas de una criatura así, sentir su pulso rodeándome, esa tranquilidad que apaciguaría cualquier tipo de entredicho, todo parece pequeño, pero esta vez me gustó sentirme pequeña.
Le pedí que al amanecer me llevara sobre su lomo y que esas espinas que parecían ser una barrera para mí me las prestara para aferrarme a sus escamas resbaladizas. Y lanzarnos al cielo mientras siento cómo se hinchan sus músculos. Volar lejos, y quedarme bien cerquita para no quedarme por el camino, llegar a cualquier destino, ¿por qué no dirigirnos a ningún lugar?





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