Anuncio

sábado, 28 de julio de 2012

Inusual.

Advertencia: el contendo de esta entrada puede contener un efecto vomitivo hacia vuestro ordenador, dicho relato, enseñanza o similar está preparado para estómagos fuertes. 


Para los que seguís leyendo: MORBOSOS




Esta mañana se me ha ocurrido una extraña similitud a la vida.
Bien, pequeños saltamontes que retozan sin ton ni son entre las fuerte marea de la vida. Todo vida, sale mucha vida. Pero antes de desviarnos del tema, os voy a presentar mi brillante idea, pequeños hijos de p...* (preciosas mamis vestidas para bailar semidesnudas la danza del coito mañanero): somos mocos.


Sí, sí, pero no os creáis que es un punto en nuestra contra, ¡no!, es perfecto. No lo cuento, lo escribo:


Somos mocos, pequeños y pegados en una calentita nariz. Pero para llegar a ser ese moco con ese delicioso tono a verde hoja marchita, ha tenido que seguir un proceso. 
Cuando nos referimos al término moco nos imaginamos el típico pañuelo con una mancha verde, estrellada con furia por nuestros estornudos por el molesto sabor dulzón (eso os ha revuelto las tripas fijo), o bien nos imaginamos el moco que nunca alcanzamos. Ese es el moco. ¿Cuánto tiempo se ha tirado ahí? Qué cosas habrá visto, olido, para quedarse ahí durante tanto tiempo. Pues eso somos, pequeños hijos de p...*, mocos curtidos, llenos de sustancia acumulada desde tiempos inmemorables (nunca nos acordamos de  cuándo nos metemos y hurgamos nuestras fornidas y resecas fosas nasales).


Ese es el moco, y eso somos nosotros, queridos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario