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martes, 26 de junio de 2012

Ideas a debito (II)




Esa noche había sido larga y dura.

Pocas veces había soñado en blanco, las pocas horas que conseguí conciliar el sueño, me encontraba inquieta, pero el amanecer llegó pronto para decirme que llegaría otra noche más. Nada más que con pensarlo, un suspiro sordo se me escapaba a la vez que me recorría un fuerte escalofrío por la espalda. Con sólo recordar una pequeña parte de esa larga noche me obligaba a apretar los labios y concienciarme de que su espalda sufriría a este paso duros estragos por culpa de su extraña capacidad. Esa misma, la que me hacía estremecer,  la que hacía que la estancia en esa cama fuera una deliciosa batalla en la que los dos ganábamos,  la que hacía que mis uñas quisieran arrancar todo su olor para mí.

Necesitaba un poco de agua, toda estaba extendida sobre mí. Cuando respiraba profundamente conseguía refrescarme un poco,  quizá se le ocurra algún juego nuevo para bajar la temperatura. El calor hacía que las gotitas de sudor hicieran caprichosos dibujos sobre mi piel mientras me daba cuenta de que no estaba él, la razón por la que cada noche fuese pura vida. Oí pasos en la cocina y cerré los ojos para ver qué hacía al entrar. Una tímida luz entraba entre las rendijas de la persiana, lo justo para que mis cansadas curvas se notaran entre el mar de sábanas y sudor.

Y ahí estaba, en silencio se apoyó en la puerta para observar cómo me adueñaba de su enorme cama, respirando hondo para impregnarme del aroma de la noche. Una larga y dura noche.




Ideas a debito (I)

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