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martes, 12 de junio de 2012

Pucheros que ni para comida.


Suena asqueroso, pero es cierto.
Yo era una joven bruja entonces, una estúpida soñadora que le contaba a las estrellas el potaje que le había salido en vez de el agua cristalina que debía resultar. Les gritaba en lo más alto de la colina a las afueras que ninguno de los brebajes que la vieja de la verruga tenía la amabilidad de mostrarme, aunque fuera con desprecio, ninguno, ni un solo caldero servían para hacerme sentir mejor.
Les decía mi impotencia, lo que sentía ante el destino penoso que se me presentaba, ellas se reían, hacían sonar sus brillantes cuerpecitos mientras dibujaban en el eterno firmamento figurillas que me contagiaban sus silenciosas carcajadas. Bailaban para mí, mi imaginación se unía a ellas y entre todas creábamos paraísos en medio de tanta negrura.
Por entonces era una joven bruja ingenua, creía en aquello de "el tiempo lo cura todo", estúpida de mí, no es el tiempo el que lo cura, de hecho, es él quien abre nuevas heridas y desgarra una y otra vez en el mismo lugar. Era tan tonta que creía que era él quien me iba a enseñar a perdonar, no, por todos los cielos, esa era mi labor, mi consuelo y mi suplicio, pero las brujas en sus comienzos no solemos prestarle atención a este tipo de menesteres, la magia se nos antoja como el aire, lo que nos presta la oportunidad de no explotar.
Los calderos terminaban siempre en la parte trasera de nuestra alejada cabaña, tenían un olor tan pestilente que los burdos aldeanos no se acercaban, creando la ilusión de que el olor era de los cadáveres de los niños a los que raptábamos y luego utilizábamos como cena, tanto como amuletos y demás sandeces. Me reconfortaba vivir alejada del bullicio, las voces y de las orinas cayendo de las ventanas, mi gente me juzgaba sin a penas detenerse a pensar el por qué de todo este misterio, de por qué de pronto decidí seguir un camino distinto al que siguen ellos, querer ver una verdad distinta a la que había vivido durante tanto tiempo, esa asquerosa verruga me volvió loca en cuanto vi qué era capaz de hacer. En la aldea tampoco habían sido amables con ella, la imaginación de un grupo de personas que han pasado tanto tiempo apalancadas en un mismo sitio puede llegar a puntos inexplicables, y, claro está, la bola se hace tan grande que lo que fue en un principio... pues ya no lo es, sencillamente.
Éramos dos brujas apartadas, una joven y otra vieja, esa mezcla siempre es buena, ya que se aprende mucho de alguien tan sabio y de incontables años, los calderos y ella se llevaban bien, eran generosos con mi maestra y habían conseguido devolverle en pequeñas cantidades un poco de juventud, lo que no era magia, es decir, la pura química, se lo cobraba engordando cada vez más y más esa incómoda verruga. Cosas curiosas de la vida de una bruja.





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