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domingo, 3 de agosto de 2014

Allí estaba de nuevo.

Perdido y perdiendo la noción del tiempo, caí en un mar de gélidas aguas, y el frío calmó mi ser, hasta hacerme dormir...

Y desperté en lo que parecía un río, congelado, pero su olor volvía a mí.
Y allí estaba de nuevo, su piel clara como esas aguas, y sus ojos miraban al cielo pidiendo por algo tan grande que ni en ellos se podía leer. No podía entender qué sucedía, porque la mente se me paralizó, las piernas tocaron el fondo y allí me quedé. Absorto sin querer mover ni la más mínima parte de mi cuerpo, ni pestañear, casi no respiré.


En un momento, el viento gritaba con ella, una dulce melodía... tan dulce como triste. ¿Qué quería? ¿A quién le hablaba? ¿Y por qué ese doloroso sollozo quebraba hasta lo más profundo de mi alma?

De repente quise llorar, quise correr sobre las aguas hasta llegar a ella, y cubrir sus hombros con mis brazos y que se acomodara en mi pecho, poder tranquilizarla y decirle que estaba allí para llorar con ella... pero estaba demasiado lejos para un hombre como yo, sería un insecto ínfimo y diminuto al lado de la más bella creación del universo.

Así me quedé sin poder moverme, horas contemplando algo sobrecogedor, tan hermoso como terrible. Aprendí a observar con devoción y paciencia, quizá algún día pudiera responder a su llamada, pero ahora sólo puedo helarme y dormirme otra vez con su dulce y dolorosa melodía, y romperme en mil pedazos por sus sollozos, sus lágrimas se funden con el agua que me rodea... y con ellas dormiré en paz.

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