Su
estado era ya casi desagradable, no le dejaba dormir, pero sí le dejaba pensar.
Era
como una especie de tortura que se adelantaba a sus aspiraciones, a sus
temores, y alimentaban su ansia por sentirse viva.
No
podía explicar qué era lo que sentía, porque no era real, porque ella no tenía
consciencia de estar pisando tierra, pero a la vez estaba segura de que cada
uno de sus actos tenían consecuencia… La mayor razón por la que tenía que
actuar con cautela. Con cada uno de sus pasos y respiros contados y medidos.
Una
noche más contó cada uno de los pliegues del horrendo gotelé que tapaba la pared, el que ocultaba los verdaderos muros de
la casa que llamaban “hogar”. Al minuto, cayó en un profundo sueño…
Se
veía a sí misma. En un tiempo y un lugar diferente. Y con una extraña pero
familiar sensación de estar llegando a casa.
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